11 septiembre, 2020 9:08


«Guapis»: cuando la mirada lo es todo

Guapis                             7 Puntos

Mignonnes; Francia, 2020.

Dirección y guion: Maïmouna Doucouré.

Duración: 96 minutos.

Intérpretes: Fathia Youssouf, Médina El Aidi-Azouni, Esther Gohourou,

Ilanah Cami-Goursolas, Myriam Hamma.

Estreno en Netflix.

“Quiero seguir siendo tu amiga, pero no puedo delante de ellas”, le dice a Amy su vecina y compinche, luego de la caída en desgracia frente al grupo de compañeras de escuela y de baile. La mirada lo es todo en Guapis, título elegido por Netflix para el lanzamiento en los mercados de habla hispana de Mignonnes, ópera prima de la franco-senegalesa Maïmouna Doucouré que viene de ganar el premio a la Mejor Dirección de un film dramático en el Festival de Sundance y de presentarse en la sección Generation de la Berlinale. Típico exponente del coming-of-age, el relato de crecimiento y maduración, la película nunca hubiera adquirido resonancia masiva de no ser por la desafortunada (por ponerlo en términos eufemísticos) campaña publicitaria de la plataforma de la N roja. Un afiche y breve sinopsis que parecían explotar aquello mismo que Guapis pone en tensión y discusión: la sexualización temprana de las niñas y adolescentes en los medios de comunicación, las redes sociales y la vida real.

Que ese “desliz”, inconsciente o pergeñado por ingeniosos publicistas, haya generado una cruzada virtual que incluyó pedidos de censura, amenazas a la realizadora y acusaciones de fomentar la pedofilia –un “linchamiento preventivo”, como lo definió afiladamente un periodista español, ya que casi nadie había visto aún la película–, refleja claramente el complejo mundo en el cual nos ha tocado vivir. La protagonista absoluta de Guapis es Amy (la joven debutante Fathia Abdillahii), una chica senegalesa de once años y familia musulmana tradicional recientemente mudada a París junto a su madre y sus pequeños hermanos. El cambio no es sencillo y a la compleja situación de tener que lidiar con una nueva cultura (y escuela) se le suma una situación inesperada: su padre permanece en Senegal para desposar a una segunda esposa. De allí ese cuarto vedado y los llantos a escondidas de la madre, que Amy escucha e interioriza como si fueran propios. “En el infierno habrá más mujeres que hombres”, se afirma en una reunión religiosa reservada a ellas, entre indicaciones de recato y obediencia a los hombres y advertencias respecto de la vestimenta apropiada.

Entre el bullying y las peleas por nimiedades durante el recreo, Amy fija la atención en un grupo de cuatro amigas que, a sus ojos, son poco menos que extraterrestres. Las chicas sólo quieren divertirse y bailar twerking, conocido genéricamente por estos pagos como “perreo”. A la nueva compañera le cuesta acceder al respeto de sus compañeras, pero una vez superado el trance, su nueva y osada coreografía les ofrece la posibilidad de ingresar a un concurso local. Amy y sus amigas imitan las coreografías y gestos sexuales de los clips de YouTube sin tener demasiado en claro qué es exactamente lo que están haciendo, pero el número creciente de likes a sus fotos y videos las empuja a continuar por esa senda. El choque de costumbres entre la rigurosa etiqueta familiar y la promesa de libertad recientemente adquirida es inminente y violento.

Afortunadamente, Doucouré evita las sentencias fáciles o la fábula moralizante y se ubica diáfanamente en un camino intermedio entre la opresión de las prácticas religiosas tradicionales y la imitación de actitudes adultas que no hacen más que transformar el cuerpo en un objeto. Hay dos escenas notables en Guapis. En la primera, jugada a la comicidad, Amy observa atentamente los traseros de las señoras que participan de la reunión religiosa, seguramente imaginando nuevas coreografías. En la segunda, cerca del final, la imagen de su madrastra, el cuerpo oculto de pies a cabeza por un vestido y burka blancos, contrasta con el topcito y pantalón ajustado que la chica utiliza en el baile final. Dos modelos de femineidad inexorablemente marcados por la mirada de los otros, hombres pero también mujeres. El final concilia extremos y le ofrece a Amy un posible camino personal, al tiempo que la cercanía de la madurez no le impide disfrutar los últimos tramos de la infancia. En cuanto a la falsa polémica ya mencionada, el “pecado” no está en la imagen sino en los ojos que la observan.


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