19 mayo, 2022 13:56
Los vecinos que sufrieron la explosión de General Pardiñas se sienten desamparados y abandonados por el Ayuntamiento y temen que el desescombro del edificio acabe con sus enseres. “El día de la explosión vinieron todos y recibimos una buena atención, pero no les hemos vuelto a ver. Nos han ninguneado olímpicamente”, se quejó Guillermo Bekes, portavoz de la recién creada Asociación de Víctimas y Afectados de General Pardiñas.
Bekes es argentino, concordiense para más precisiones. Lleva varios años radicado en España y justamente fue protagonista, involuntario, de la explosión y posterior derrumbe de un edificio ubicado en calle General Pardiñas 35, en el corazón del distrito Salamanca de Madrid. En ese lugar, el artista tenía su atelier.
Las tareas de desescombro han arrancado ya con un robot que va retirando los forjados afectados en la deflagración del inmueble, mientras los técnicos realizan una monitorización de la demolición parcial del bloque, que sufrió una explosión de gas el pasado 6 de mayo. Los trabajos se están realizando de arriba hacia abajo y, por tanto, el robot ha empezado por la cubierta y el ático, las zonas más dañadas.
El director general de la Edificación del Área de Desarrollo Urbano del Consistorio, Juan Carlos Álvarez, aseguró que el desescombro se está haciendo en colaboración con la Policía Local, que está elaborando las labores de investigación del accidente, y que se intentará rescatar todas las pertenencias que sean recuperables. Los objetos se depositarán en una instalación del Samur Social para entregárselos a sus propietarios.
Sin embargo, los vecinos se encontraron ayer con la desagradable sorpresa de ver un montón de cascotes y algunas pertenencias arrojadas en plena calzada. “Con el robot han tirado todos los enseres a la calle. Es como sufrir un segundo derrumbe. Nuestras pertenencias peligran y necesitamos recuperarlas. Yo soy pintor y tengo ahí todo mi estudio de trabajo. Si meten un volquete, lo pierdo todo”, criticó Bekes.
El robot está ubicado en una plataforma en una de las grúas y un operario guía sus maniobras desde otra grúa, mediante un sistema de cable. Según explicó Álvarez, la máquina tiene varios tipos de accesorios como un martillo percutor, una cizalla y una mini pala excavadora. Con estas herramientas, el robot va provocando la caída de los cascotes, los recoge con la pala y, de ahí, pasan al contenedor de escombros, que se sostiene en el aire con otra grúa de gran tonelaje y luego se deposita en la vía pública.
Los vecinos se reúnen este jueves con la Junta del Distrito del barrio de Salamanca para exponer sus reivindicaciones y exigir que el desescombro se realice con el mayor cuidado posible. Los damnificados reclaman además un realojo digno, ya que, en la actualidad, se encuentran ubicados en casas de familiares o en habitaciones de hotel.
“Esto fue una solución provisional, pero las obras van a durar meses. Tenemos gente mayor de 80 años viviendo en habitaciones de hotel, pero se les acaban la semana que viene”, declaró el portavoz.
Las víctimas también piden ayuda logística para poder desplazar y almacenar las pertenencias que se recuperen. Además, lamentan no haber recibido ninguna ayuda psicológica, pese al shock que han sufrido: “Hacemos un esfuerzo por sostenernos, pero estamos todos hechos polvo. Son heridas que no se ven. Tengo ataques de llanto y, cada vez que escucho un ruido, pego un salto, pero no me dan hora con el psicólogo hasta dentro de seis meses”, manifestó Bekes, que vivió el derrumbe del edificio en el sótano y le cayeron todos los cascotes en el hall.
El portavoz de la asociación de víctimas resume así la situación: “No queremos defendernos del Ayuntamiento, sino que se ponga de nuestro lado y nos ayude”.
En la explosión de gas hubo dos muertos y 11 viviendas en ruinas. La gran pregunta que queda ahora es: “¿cuánto me pagará el seguro y quién reconstruye esto?”.
A continuación, se repasa el relato con el pintor entrerriano como uno de los sobrevivientes:
Antonio, el portero, podría haberse detenido unos segundos más y quedarse en la calle en vez de entrar en el portal. A esa hora Guillermo, el pintor, solía estar ya comiendo, pero se había empeñado en rematar un árbol que no le acababa de salir y seguía con su caballete junto al muro de carga. María, la del ático, decidió pararse a mirar el buzón en el rellano y no entró directa al ascensor. El tercer obrero, del que nadie sabe su nombre, podría haber ido al patio con Alex y Ernesto, pero se le olvidó algo en el coche y salió un momento a por ello.
Todo podría haber sucedido de otra forma. Pero ocurrió así. La vida tiene esas cosas, será; pequeñas casualidades, las moiras tejiendo en otra dirección, un ángel de la guarda… quién sabe.
El caso es que, cuando todo voló por los aires el pasado 6 de mayo, Antonio ya estaba resguardado en el portal, Guillermo no estaba en la cocina cuando el tejado se le vino abajo, María no había entrado aún en el ascensor ubicado justo en el epicentro de la explosión y el obrero no estaba junto a sus dos compañeros que quedaron sepultados por unos escombros que no sólo cayeron, sino que fueron lanzados con virulencia hacia el patio por la onda expansiva. A pesar de la amargura por las dos muertes, el “podría haber sido peor” se ha convertido en mantra.